operación solía realizarla una mujer. Mientras tanto, un gran caldero
con agua, calentaba al fuego y se ver- tía encima del cerdo, para luego con unas raspas de madera pelar de pelos la piel del animal. Luego se procedía al despiece del mismo, labor esta dura y que precisaba conocimiento para los cortes de la carne y vísceras. Finalmente, se colgaba de una viga ó apoyado vertical en una escalera y se dejaba serenar uno ó dos días. Al final, los anfitriones de la casa, ofrecían una comida para todos, compuesta de sopa con el hígado del cerdo, muy contundente, y unas chuletas que se arrojaban encima de las brasas de la chimenea, que solían tener casi todas las casa campesinas de Asturias, corría abundante, el vino, y no podía faltar los aguardientes acompañados de café de “pucheru” Hoy, la matanza del cerdo ya en pocos sitios se realiza, las nuevas nor- mativas sanitarias, y la falta de gen- te en los pueblos, hacen que lo que antaño era un ritual, e inclusive, una fiesta, vaya desapareciendo, al no ha- cer necesario todo el despliegue hu- mano y logístico que acarreaba. Hoy, en las casas donde se realiza todavía, ya compran la carne en los matade- ros, y generalmente despiezada, lista para embutir. Después de esta ope- ración, solo queda colgarla y dejarla que se cure junto al fuego. Quizás, esta costumbre, a algunos de nosotros pueda parecerla “bárba- ra”, como en algún foro de nuestra revista ó otras redes sociales, donde colgué fotos de esta actividad rural, y hubo gente que pudo sentirse mo- lesta por la crudeza de las imágenes. En fin, todo es discutible, pero pue- do asegurar que desde que el ser humano habita la tierra ha necesita- do matar para alimentarse, y que la matanza tradicional, en ningún mo- mento busca producir un sufrimiento innecesario al cerdo, se mata, como se están matando millones de ellos a diario, pero en nuestra propia casa, y con nuestras herramientas, que si no
La matanza es un rito ancestral anclado en lejanos tiempos en los que el cerdo proporcionaba el sustento alimenticio a familias enteras
son tan sofisticadas como los gran- des mataderos son igual de eficaces. Pero como decíamos anteriormente, esta costumbre, está a punto de ex- tinguirse en su forma tradicional. No- sotros seguiremos comiendo chorizos y jamones, pero en algunos casos, no
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sabremos su origen, ni habrá unas manos de mujer, que ira
todos los
días a la oscura habitación para com- probar que los embutidos estén en su punto.
1Monchu Calvo
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