SENTIR LA IMAGEN
La luz del almendro ¡Mira!
No es todavía un jardín, ni una bandada de golondrinas, ni tan siquiera una rosa… pero en una tarde de febrero, tras una mirada por la ventana, en un paseo en bici o en coche o en tren cuando estamos bien lejos de la luz del verano, se nos llena el aire de flores blancas y rosadas, flores que descienden por una colina poblada de almendros cuando todavía es aún invierno frío y gris. Y nos encanta descubrirlo:
¡Mira!
y compartimos esa bella mirada como compartimos la palabra, el camino, los sueños,
y sentimos que nuestro corazón, como oso invernando, despierta de su íntimo laberinto, como labios mudos que se abren al beso. Nos emociona contemplarlo;
saber que todo pasa pero que todo llega de nuevo, y llega la luz blanca o rosa del almendro, y nuestros sentimientos se acercan a los destellos de sus ramas. ¡Mira!... ¡qué belleza!
y sentimos la necesidad de pregonarla,
una voz íntima nos dice que pronto tendremos primavera. Sí, todavía es invierno; los álamos siguen soñando dentro de su piel agrietada, el lago de la montaña sigue helado y el niño va a la escuela con gorro y bufanda.
Hay musgo en los tejados y sobre la piedra fría del camino yacen los secos yerbajos.
Pero el temprano destello de esa flor blanca ha sido suficiente para despertarnos. Y la pintamos, la enmarcamos en miles de fotos, queremos hacerle versos… algo se nos alerta dentro, y nos ex- tasiamos ante esas bandadas de luz que cómo pájaros blancos pueblan el valle del Jerte o se posan sobre el solitario almendro de un huerto abandonado.
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