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JUEVES 16 DE DICIEMBRE DE 2010 Estilos de vida Las autoridades locales y la Iglesia recelan de las nuevas comunidades rurales


Las ‘ecocomunas’ son el nuevo refugio para los urbanitas descontentos


Algunos profesionales cansados de la corrupción, la contaminación y el consumismo sin límites se han mudado a regiones rurales de toda Rusia.


ANNA NEMTSOVA ESPECIAL PARA RUSIA HOY


Yevgenia Pystina es médica y trabajaba en el Instituto de Medicina de la ciudad de Novosibirsk, un prestigioso centro de investigación de esta ciudad siberiana. Hace tres años, su marido, pianis- ta, le habló de unos activis- tas del movimiento ecologis- ta que vivían fuera de la ciudad, en tierras comuni- tarias, a unos 120 kilómetros al norte de Novosibirsk, sobre la ribera del río Ob. “Me hizo gracia lo que me contó, parecía un cuento de hadas”, recuerda. Pero le acompañó a conocer la co- munidad. “Y así fue como lle- gamos aquí y nos quedamos”, relata la doctora. Pystina, su marido y sus hijas de siete y ocho años viven con otras 51 familias en esta comunidad, bautizada como La tierra de la abundancia, cuyos miembros tienen entre uno y 91 años.


En los últimos 10 años, estas nuevas comunidades se han instalado en algunas de las más remotas regiones de Rusia, incluida Siberia. Allí se han refugiado profesiona- les cansados de la corrup- ción, la contaminación y el consumismo desenfrenado. Pystina -alta, delgada y con una larga trenza-, canta mientras realiza las tareas del día: apila repollos en su


“El sistema se derrumbó frente a mis ojos”, afirma Dimitri Ivanov, ex oficial del ejército


terraza, envasa miel y pinta huevos junto a sus hijas, An- gelina y Polina. “Desde que me mudé aquí, la voluntad de disfrutar de las activida- des artísticas, la ciencia y la agricultura, hacen que tenga ganas de levantarme cada mañana”


, afi rma.


Sin embargo, el recelo ante las aspiraciones románticas de estos activistas es palpa- ble en las instituciones. Al- gunas autoridades locales de las zonas rurales han mani-


festado su desconfianza y han puesto el grito en el cielo ante los intentos de varias comunidades por hacerse con la titularidad de las tie- rras en las que se asentaron. La Iglesia ortodoxa ha cali- fi cado estos experimentos so- ciales de “sectas que venden falsos dioses”.


“Hágalo usted mismo” La agricultura orgánica es la base de la dieta vegeta- riana que siguen los miem- bros de La tierra de la abun- dancia. La educación de los niños corre a cargo de los propios miembros de la co- munidad. Pystina es la pro- fesora de química. Cada familia aporta algo al conjunto. La de Valery Popov, que antes trabajaba como fí- sica, ayuda a los nuevos miembros a construir sus ca- bañas de madera. Los Na- dezhdin, una familia de den- tistas, son los panaderos. Klavdiya Ivanova confeccio- na ropa a mano, y su mari- do, ex oficial del ejército, ayuda con el reciclaje. “Du- rante toda mi vida he sido parte del sistema: en la es- cuela, en la universidad y más tarde como leal emplea-


Sociedad


11A


LA REPUBLICA DE ALTÁI


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Zhenya (derecha) dejó su trabajo de investigadora para irse a vivir al campo.


Angelina y Polina viven con sus padres en una ‘ecocomuna’.


do. Pero el sistema se de- rrumbó frente a mis ojos, destruido por mentirosos, la- drones y dirigentes escanda- losamente corruptos”


, se


queja Dmitri Ivanov. Las organizaciones ecologis- tas, como Greenpeace Rusia, apoyan el surgimiento de las ecocomunas. “Celebramos la existencia de los movimien-


Paisaje cercano a La tierra de la abundancia.


tos verdes, ya que represen- tan el deseo de las personas de vivir en armonía con la naturaleza”


, afi rma Vladimir


Chuprov, jefe del departa- mento de Ahorro de energía de esta organización. Los confl ictos y las acusa- ciones mutuas de corrupción han decepcionado a algunos. Olga Kumani, periodista en


Novosibirsk, dejó la ciudad en 2002. “Ya no podía respi- rar: el sistema estatal me es- taba ahogando”, cuenta. Se mudó con sus tres hijos a la comunidad de Charbai, en Altái, en busca de un lugar mejor. Pero no salió bien: “Los líderes sólo querían controlar nuestro dinero y explotarnos trabajando”.


Minorías La caída del comunismo perjudicó a algunas comunidades, que se habían especializado en el contrabando


Los gitanos, relegados a los márgenes de la sociedad


Los romaníes rusos, atrapados en la delincuencia, la pobreza y la discriminación, luchan por adaptarse.


MASHA FOGEL RUSIA HOY


“Se lo voy a decir claramen- te: el problema con los gita- nos es que no hay ni dos que trabajen”, dice un joven po- licía en el pueblo gitano del poblado Gorodishy, a unos 150 kilómetros de Moscú. Con uniforme y chaqueta de cuero, el pelo rubio cortado a cepillo y los ojos claros, pa- rece divertirse mientras habla sin rodeos a Georgi Shekin (Yalush, en romaní), que trabaja para la red in- terregional que vela por los derechos de los gitanos, y a


Gendar, el baro (anciano líder) del pueblo.


Este asentamiento de la re- gión de Vladímir alberga a los gitanos de la etnia ko- diary, una de las que mejor ha conservado sus tradicio- nes. Siempre fueron nóma- das, hasta que en 1956 el go- bierno soviético les obligó a asentarse. Procedentes de Europa oriental, eran tradi- cionalmente comerciantes de caballos o trabajadores del metal. Tras la caída del co- munismo, algunos se adap- taron abriendo prósperas empresas dedicadas a la ca- lefacción. Pero en este po- blado no hay nadie que pueda hablar de logros. “Du- rante el día no hacemos nada. Estamos por aquí y es- peramos a que termine”, dice


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organización que defiende los derechos de los gitanos. Para Seslávinskaya y su ma- rido, Georgi Tsvetkov, la edu- cación es una prioridad ab- soluta, y debe incluir la enseñanza de la cultura ro- maní.


Unos niños juegan en Gorodishy, poblado gitano de la región de Moscú.


“No hacemos nada. Estamos por aquí y esperamos a que termine el día”, dice un joven


un joven. Vestidos con cha- quetas de cuero, ropa oscu- ra y las manos en los bolsi- llos, los jóvenes merodean por el lugar. “Los que tienen coche se van de vez en cuan- do y traen lo necesario para alimentar a la familia”, se-


ñala Gendar. Pero ¿cómo se las arreglan los que no tie- nen coche? “Bah, roban para alimentar a los niños”, dice. Entramos en su casa. “Todo lo bueno que hay aquí es de los años comunistas. Enton- ces no había ricos ni pobres”, se lamenta. “Cuando no te- níamos trabajo, recibíamos un subsidio de desempleo”. La madre, vestida de azul y recostada en el sofá, fuma con una débil sonrisa. Durante la era comunista, ciertos grupos de gitanos, es-


pecialmente los russka roma, que cantaban para la noble- za del régimen zarista y son los más integrados en la ac- tualidad, encontraron un nicho de mercado: el contra- bando. Era una actividad ile- gal, pero no criminal. “Sin embargo, después de la per- estroika, otros rusos comen- zaron a comerciar y los ro- maníes, en su mayoría analfabetos, se quedaron atrás”, señala Marianna Ses- lavinskaya, una de las diri- gentes de Roma Union, una


Se calcula que hay entre 180.000 y 400.000 gitanos en Rusia. “No vivimos en una única región, como sucede con la mayor parte de las mi- norías. Por eso es difícil fi - nanciar la transmisión de la cultura. Los niños, a los seis años aprenden ruso en el co- legio, aunque hablen roma- ní”. En 1927, las autoridades pusieron en marcha un pro- grama de enseñanza para los gitanos, pero Stalin lo supri- mió en 1938. “Lo que se necesita”, señala Seslávinskaya, “es un pro- grama que empiece por en- señarles su idioma y, después, la cultura rusa. Porque un romaní que pierde su cultu- ra no siempre se convierte en ruso. Acabará siendo mar- ginal. Educarles para que re- cuperen su identidad es lo único que les va a permitir adaptarse al mundo y con- seguir trabajo sin hundirse en problemas de identidad, ni caer en la pobreza o la delincuencia”, recalca.


TATIANA KOTOVA_FOCUSPICTURES.RU


ANNA NEMTSOVA (3)


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